Villa Soriano
Donde reina la calma
Este pueblito perdido sobre las costas del Río Negro hipnotiza con su tranquilidad. La historia dice presente en cada una de sus esquinas. La tradición se refleja en la cotidianidad y ansias de un nuevo apogeo se perciben entre sus habitantes. Bienvenidos a la postal del muelle, Villa Soriano.
Fotos y texto Andrea Sallé Onetto
No hay que viajar fuera de fronteras para encontrarse con rincones inolvidables y de una belleza exquisita. En el departamento de Soriano, sobre las costas del río Negro y cerca de la desembocadura del río Uruguay se encuentra Villa Santo Domingo Soriano, más conocida simplemente como Villa Soriano.
Este pueblito, declarado Monumento Histórico Nacional, fue fundado en 1624 como una reducción de indios chanáes y constituye el asentamiento europeo más antiguo en territorio uruguayo. En sus tierras también vivió el héroe de la patria José Gervasio Artigas y vivió allí junto con su esposa y sus primeros cuatro hijos, donde hoy se erige un monumento en su nombre. En VOS nos dimos una vuelta por esas historias y nos dejamos llevar por la calma.
A la vera del río
La imagen más representativa del pueblo es sin dudas la vista de su muelle. Si tienen buena memoria quizá hasta la recuerden de una emblemática publicidad de azúcar
nacional cuyo mensaje decía que la dulzura cambiaría al mundo. Ese comercial fue filmado en Villa Soriano y su gente irradia tanta amabilidad como la de la publicidad.
Las aguas calmas ofrecen un paisaje único y la tranquilidad que reina en el entorno no parece perteneciente a un día de entre semana.
Frente al muelle se encuentra la estación
fluvial, instalada en el ex Hotel Olivera, que supo recibir y hospedar en tiempos de gloria a visitantes de varias regiones que iban a tratar sus enfermedades en las aguas curativas del río Negro. El edificio, completamente remodelado, es de la segunda mitad del siglo XIX y fue declarado Monumento Histórico Nacional. Actualmente funciona como Centro de Información Turística y alberga a las oficinas de Aduanas y Prefectura, una cafetería con terraza hacia el río, un aula polivalente para exposiciones, reuniones y eventos, y baños públicos.
Luego de visitar el muelle y la estación fluvial nos dispusimos a realizar una de las actividades obligadas de la zona: el paseo por las islas del río. Entre el vaivén del bote dirigido por baqueanos y bajo un sol radiante recorrimos los recovecos de la naturaleza y nos deslizamos entre las islas Infante, Paso del Yaguarí, del Naranjo, Redonda y Boca Falsa. Descendimos en una de ellas y descubrimos una pequeña playa de arenas blancas que oficia de refugio para acampantes en épocas en que el río no está crecido. El paseo duró una hora y media y les aseguramos que la aparente monotonía del paisaje, el movimiento y el silencio nos trasladaron a un lugar de descanso envidiable.
Historia que espera
Villa Soriano no es solo su costanera, sino que tiene muchas historias para contar, porque como dice uno de los tantos murales que dan vida al pueblo, allí nació la patria. Entre esas historias está la de su emblemática iglesia, que data de 1787 y que hasta el día de hoy conserva sus paredes y ladrillos originales, aunque sufrió varias reconstrucciones. La iglesia no está abierta al público y es un debe que sienten los habitantes del pueblo que quieren que se convierta en un centro turístico. Se abre solo una vez al mes para realizar misa y luego sus gruesas paredes (de entre 1.20 m y 1.60 m de espesor), sus vitrinas repletas de antigüedades y las figuras de santos con cabello natural permanecen ocultos.
Debajo de uno de los altares se encuentra una peculiaridad: la boca de un túnel que conecta con el actual museo y antigua casa de una las familias más importantes del pueblo, los Marfetán. La entrada al túnel está tapada desde hace más de un siglo, tanto en la iglesia como en la casa. “En aquella época el lugar de protección del pueblo era
la iglesia, entonces la gente de mucho poder adquisitivo tenían sus salidas de escape, pensemos que era una época de invasiones”, nos cuenta el guía. Los túneles nunca más se volvieron a recorrer pero corre el rumor entre los habitantes del pueblo de que en ellos se esconden elementos de valor que hablan de la historia del lugar.
En movimiento
A fines de los años veinte fue la época de apogeo del pueblo que llegó a tener casi 4000 habitantes. Pero luego, con el declive del muelle, la mano de obra cayó y el pueblo comenzó a diezmar en cantidad. Hoy viven unas 1100 personas, la mayoría trabajadores rurales de los establecimientos de la zona, funcionarios municipales, pescadores artesanales,
algún policía y algunos maestros.
Nos cuenta el guía turístico que hasta llegó a haber dos salas de cine y que la plaza se llenaba de gente en los carnavales. Pero la llama sigue viva y un grupo local de turismo formado por emprendedores y otra gente que quiere que la localidad se desarrolle trabajan para ofrecer mejores servicios y posicionarse como un destino tentador.
Una de las actividades propuestas es la realización de artesanías indígenas junto al grupo de artesanas Timijú. Sobre una gran mesa nos esperaba un montoncito de arcilla fresca del propio río para amasar.
Con el delantal puesto y las manos húmedas seguimos paso a paso las instrucciones de nuestra anfitriona que nos explicaba cómo dar forma de vasija a nuestro trozo de arcilla. Obviamente la manualidad no se desarrolla en un rato, pero la experiencia de crear un objeto con las propias manos es apasionante. Luego de terminada la vasija
(o el intento de vasija), cada participante envolvía su creación en una gran hoja de plátano, donde debería permanecer allí por quince días. El resultado final se haría esperar, pero la experiencia ya había quedado grabada.